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Educación: llave de la libertad que abre las puertas de las cárceles

Educación: llave de la libertad que abre las puertas de las cárceles

La Iglesia quiere a todos tal como son: personas con dignidad. Por eso se preocupa por educarlas, para proporcionarles una herramienta académica que les dure para toda la vida. En los penales se palpa la acción pacificadora y evangelizadora a través de la Pastoral Penitenciaria.

 

Por Elizabeth Muñoz de Lao

En los centros penitenciarios de Panamá, la llave de la libertad no la tienen los custodios, tampoco los directores, la tiene la educación.

Y esa educación va de la mano de nuestra Iglesia, de la fe y de la evangelización.

De esta premisa parte Fray Francisco Palomares para transformar la realidad de privados de libertad que, en muchos casos, ni siquiera saben leer ni escribir. El sacerdote es delegado diocesano de la Pastoral Penitenciaria y secretario ejecutivo de esta pastoral ante la Conferencia Episcopal Panameña.

Desde el 2016 halló en las cárceles de Panamá, carencias en la parte espiritual por falta de sacerdotes o religiosos, hacinamiento (más de 23 000 privados de libertad en el país), mala comida, insalubridad, ansiedad, falta de actividades lúdicas, pocas posibilidades para conmutar sus penas, entre muchos otros vacíos, y uno de las más importantes, la educación académica.

En las misas se requerían lectores, pero algunos se negaban a hacerlo con la excusa de que no tenían lentes. Al buscar la causa real, saltó a la vista que no sabían leer.

 

Los privados de libertad reciben sus clases y pueden obtener el bachillerato en Comercio.

“Los queremos tal como son: personas con dignidad”, manifiesta fray Palomares. Por eso escuchó sus propuestas, sus iniciativas. Fue así como un privado le dijo que, estando afuera, había tomado clases en el Instituto Panameño de Educación por Radio (IPER), una entidad educativa a distancia sin fines de lucro, que fue fundada en el 2001 por el Padre Fernando Guardia Jaén y cuya directora actual es la licenciada Brenda Pittí.

Habló con ella en 2017 y comenzaron a pensar cómo adaptar el programa que en la calle funciona por radio para estudiantes que no terminaron la escuela, muchos de ellos de comunidades muy alejadas, a los que se les graban los audios basados en los libros y se les dictan por radio a horas convenidas.

En la pandemia se usó ese mismo método en el Meduca.

Este instituto, con sede académica en Penonomé, funciona por módulos; tiene tres resueltos del Ministerio de Educación para dictar clases de primaria, premedia y media, mediante el programa “El maestro en casa”, que permite que los estudiantes reciban clases a distancia a través de la radio o el internet, de donde se descargan.

Pero había una limitante: a los privados de libertad no se les permite aparatos electrónicos en la cárcel, y tampoco hay suficientes cabinas telefónicas para que sus familias se las dicten.

En el medio está el Ministerio de Educación que no se da abasto para dictar clases a los detenidos que pueblan las cárceles y que no estudiaron la primaria, premedia y media, o a los que empezaron y no las terminaron.

 

Fr. Francisco Palomares, delegado de Pastoral Penitenciaria.

El IPER y la Pastoral Penitenciaria adaptaron el programa y los estudiantes se gradúan de Premedia y bachillerato en Comercio con énfasis en Pequeña y Mediana Empresa. Al finalizar elaboran un proyecto de empresa que les sirve para su reinserción a la sociedad.

Sus diplomas son reconocidos por el ministerio, pero no solo les beneficia académicamente, sino que pueden conmutar sus penas luego de que la Junta Técnica les hace un cálculo matemático y, basado en ello, un juez de cumplimiento les rebaja días de su sentencia por el estudio.

 

El 24 de septiembre se celebró la festividad de la Virgen de La Merced, patrona de los privados de libertad, que siempre sigue invitando a liberar a las personas de sus cautiverios.

 

El método

Como no hay radio ni internet en la cárcel, los especialistas del IPER capacitaron en la metodología especial de “El Maestro en Casa” a privados de libertad pacíficos, de confianza de la Pastoral Penitenciaria, que tienen diplomas de bachilleres o universitarios. Ellos están preparados para dirigir y despejar las dudas de los compañeros, lo que suple la parte tecnológica.

A estos facilitadores, que trabajan ocho horas, también se les conmutan días de pena. Tienen horarios que la Junta Técnica determina, y esas horas incluyen el tiempo que les lleva prepararse para guiar, monitorear y dar seguimiento a los deberes académicos de sus compañeros.

También preparan talleres de matemáticas y otras materias a fin de reforzar el estudio de las materias que les son más difíciles.

Además de los libros, las guías y libros adicionales, se les provee de lo necesario para las clases. El programa comenzó con unos 20 detenidos en 2018. Hoy son 383 alumnos los beneficiados, no solo en La Joya, La Joyita y la Nueva Joya, sino también en El Renacer y en Llano Marín de Penonomé.

El estudiante debe tener buen comportamiento y poder salir de su celda sin problemas; debe presentar sus créditos académicos, si los tiene. A los extranjeros se les ubica, mediante una prueba, en el grado que corresponda.

A fin de salvaguardar la dignidad del alumno, a cada grado se le tiene un nombre, por ejemplo, Centenario 1, Santa María 3, Tomo 1, etc.

Un recluso que empieza desde cero (primaria) puede obtener su diploma de bachillerato en cuatro años y medio.

El costo de matrícula es de 85 dólares, pero si no se tienen, pagan lo que pueden, o se otorgan becas.

Al finalizar el trimestre, el IPER les realiza sus exámenes, recoge los libros y después se les entrega el boletín. Se permite la reválida.

 

El cambio es palpable y positivo

La acción evangelizadora de la Iglesia no se circunscribe solo a los sacramentos, dice el sacerdote. Es importante su aporte en el ámbito jurídico, personal, social y espiritual.

En los centros penitenciarios se palpa un elemento transformador para un cambio positivo y un elemento de pacificación. Los detenidos por distintos delitos dan sus clases y en esos momentos hay paz entre ellos, incluso, entre miembros de pandillas rivales. no todos son católicos, también hay de otras religiones.

Ellos mismos invitan a pasar a sus compañeros. Es cuando se ve la acción transformadora y pacificadora de la Iglesia, señala el sacerdote.

En los penales también están los animadores pastorales , que son coordinadores en los pabellones. En la Joyita, se da clases en la capilla, que corresponde a la zona san Pedro Nolasco; en La Joya, los instructores van al pabellón, y en la Nueva Joya cada sector tiene si zona educativa. Los estudiantes reciben lápices, plumas, hojas blancas, goma, entre otros útiles.

 

«Cambié porque me nacía»

“Ese jalón de oreja que vino desde arriba era necesario”, dice de manera certera Luis De Gracia, de 34 años, quien pagó caro un error cometido: siete años y 10 días en la cárcel.

Él es licenciado en Mercadeo y Comercio Internacional, graduado en la Universidad Tecnológica.

“Me volví arrogante, nunca apoyé a mi familia; me alejé de la Iglesia, pertenecía al coro. Después solo me quedó mi familia y una amiga”, sostiene. Tenía su empresa, manejaba dinero y luego fue condenado por estafa.

Paradójicamente, cuando entró en la cárcel, al fin pudo dormir en paz. “Volví a encontrar lo que había perdido: la oración”, explica.

Primero tenía miedo de salir del pabellón 11, donde fue asignado. En la calle, el licor, el cigarrillo y las comidas caras lo hacían feliz. En la cárcel, se reencontró con algo distinto, pero mejor: el Rosario y la Coronilla de la Misericordia. El rezo de ambos cada día le quitaba la ansiedad. Comenzó a ir a misa.

 

Con la fe puesta en Dios.

“La cárcel me enseñó la paciencia, fui cambiando porque me nacía. Hasta me decían ‘el pastor de la católica’”, argumenta.

Cada pabellón tiene un coordinador de la Iglesia. Él se convirtió en uno de ellos y fue parte del Programa de Agentes de Pastoral (PROCAP), que consta de varios cursos: Introducción a Biblia, Cristología y Eclesiología.

Fue catequista y dejó el cigarrillo, porque quería ser ejemplo para los demás y apoyarlos en lo que podía, sin pedir nada a cambio (en la cárcel se cobra por todo, y caro).

De Gracia también era parte del grupo de aseo interno del pabellón, que trabajaba de lunes a sábado y días feriados. Renunció a él para ser instructor de Premedia y Media en el programa de IPER, pese a que le conmutaba menos días. También fue instructor en el curso básico que exige el IPER antes de que el estudiante entre a su grado regular.

Trabajaba en la matrícula, recibía los libros, los entregaba a los alumnos, y era instructor, al que define como guía y no como profesor. Ayudar a otros, llenó su alma.

“Siempre hubo pruebas, pero la mansedumbre es la clave”, expresa, mientras revela que, de comerse un almuerzo de 500 dólares entre amigos, pasó a no tener ni un peso y a comer galleta y sardina sin calentar.

Ya en libertad, volvió a trabajar, porque eligió cambiar, siempre acompañado de la Iglesia.