Cristo es la fuente de la verdadera felicidad (Mt 5, 1-12)
La espiritualidad de la felicidad nace a partir del encuentro con Cristo, una felicidad que pase por el cuerpo y llega hasta el alma. La espiritualidad, cuando es tal, le caracteriza la “felicidad” que la persona vive tanto por dentro como por fuera de sí. El joven hoy necesita reencontrar la felicidad verdadera, esa espiritualidad que va en ella y le da sentido y cuidado al ser y al quehacer de su vida. Sin duda, la mayor fuente de felicidad es el amor (1Jn 4,8). La juventud necesita reencontrarse con el verdadero amor, aquél por el que somos concebidos, nacemos y por el que vivimos. Aquél con el que el hijo encuentra esa ilusión de vida en el hogar, en el estudio, en su relación de amistad con los amigos.
¿Dónde encontrar esa felicidad?
Voltaire, filósofo francés, dijo: “Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde”. ¿Qué es o dónde está? El evangelio de Mateo recoge la enseñanza dada por Jesús, conocida como “el Sermón del Monte”. Aquí nueve veces menciona la palabra “bienaventurados” (“felices, dichosos”). Nos deja claro que la felicidad para un creyente es distinta a la que el mundo maneja. La fuente de nuestra alegría está en quien nos ha elegido para salvación; la fe en Jesús nos garantiza la alegría eterna en los cielos. Tener esa felicidad también es posible aquí en la tierra, cuando vivimos como discípulos de Jesús. En esta felicidad que se disfruta viviendo en Dios y para Dios, hemos de preparar a la juventud, a la familia, no en la que el mundo quiere y le propone a los jóvenes, sino en la que Dios promete: “Dichosos-Felices los pobres de espíritu” (Mt 5,3).
Un pobre de espíritu es verdaderamente rico y feliz, pero su riqueza está cuando oye la palabra de Dios, la cree y la pone en práctica, siendo así destinatario de su promesa: “de ellos es el reino de los cielos”. El joven feliz es el creyente, primero porque está seguro, aquí y ahora, que tiene el perdón, la salvación, y en el cielo un lugar reservado; es feliz porque posee la compañía de Cristo, su ayuda y respuesta a sus oraciones, y cree lo que el Señor dice: “Yo he venido a proclamar las buenas noticias a los pobres” (Is 61,1; Lc 4,18). La verdadera felicidad y riqueza está en los tesoros acumulados en el cielo, no en los placeres que el mundo le propone a nuestra juventud. Llevar a gustar y vivir el Evangelio es el camino, en el cual podemos dormir tranquilos, vivir confiados y hasta morir con esperanza. Basta saber escuchar y atender al Padre, y todo se dará por añadidura (cf Mt 3,17; 6,33; Lc 3,22).
La JMJ es un tiempo y acontecimiento que nos promete vivir en la felicidad o volver a ella.
Todo ser viviente, a su modo, corre tras la felicidad. El hombre, como racional, no hallando la felicidad en sí, la busca en algo que esté fuera de sí; y como es la criatura más perfecta de este mundo nuestro, ansía algo que esté sobre sí. Correr tras la felicidad equivale a trabajar por adquirir la perfección que echa de menos en su ser. La perfección natural es el ideal del hombre como tal. Esta perfección no es otra cosa que el desarrollo armónico y progresivo de sus facultades naturales. Un cuerpo bien formado, sano y ágil, en que todos sus órganos se hallan en conformidad con lo que pide su propia condición, se dice que es obra perfecta en su género.
El alma del joven creyente busca siempre la verdad y el bien, y sólo halla perfecto descanso en la Suma Verdad, que es Cristo, en hacer la voluntad del Sumo Bien. Por eso dijo sabiamente San Agustín: “Nos habéis hecho, Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en Ti” (Conf, lib I, cap I). Debemos trabajar en este encuentro con Cristo, Sumo Bien, Verdadera Felicidad del creyente, fuente de alegría y paz, de bendición para nuestros jóvenes. Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano, dijo: “Cada uno aspira a una vida feliz y no quiere desgracias ni sufrimientos. Pues se puede superar los sufrimientos y llegar a la felicidad… La fuente suprema de la felicidad se debe buscar dentro de uno mismo”. La felicidad está relacionada con el estado íntimo, interno de la persona, de su mente, de sus recuerdos, de sus sentimientos, de su corazón hoy, y de sus decisiones.