, ,

Párrocos y sacerdotes emulan la labor de san Juan María Vianney

Párrocos y sacerdotes emulan la labor de san Juan María Vianney

Los párrocos de todo el país tratan de seguir el modelo de su patrono, con su misión evangelizadora, pero también con la tarea de administradores, sin olvidar la importancia de la escucha.

 

Por Elizabeth Muñoz de Lao

El 14 de agosto se celebra el día del sacerdote, en especial, de los párrocos, en honor a san Juan María Vianney, el llamado “cura de Ars”, Francia, un hombre muy devoto y un modelo para el clero parroquial, que basó su caminar sacerdotal en la cura de las almas, dedicando muchas horas al día a la confesión.

Fue canonizado en la fiesta de Pentecostés, en 1925, por el papa Pío XI, y se le recuerda como ejemplo de vida sacerdotal.

En nuestra Iglesia panameña, párrocos de todo el país, hacen otro tanto para cumplir con su misión evangelizadora y salvadora, pero también con su tarea de administradores.

En ese caminar, encontramos a Carlos Rodríguez, párroco de la catedral Inmaculada Concepción de María, en Colón, y capellán de la Academia Santa María. Asimismo, al padre Rafael Ochomogo, párroco y vicario episcopal de San Francisco de Paula en la Zona Pastoral de Panamá Oeste. Dos servidores de Cristo con feligresía distinta, pero con una misión en común.

 

Entregado al sacerdocio

Para llegar a párroco, el padre Carlos Rodríguez emprendió un largo camino, prestando servicios en distintos lugares de Panamá y el extranjero. Nacido en Capira, pero criado en La Chorrera, creció arropado por el movimiento de Renovación Carismática, en la parroquia Inmaculada Concepción, donde hizo su primera comunión y la confirmación.

El Pbro. Carlos Rodríguez pondera la labor de su santo patrono.

En el Seminario Mayor San José  estudió  Filosofía. Luego ingresó al Seminario en Madrid.

Regresó a Panamá y trabajó en  Colón. Recién ordenado como diácono, laboró en Portobelo. Lo ordenaron sacerdote el 5 de enero de 2008 y se quedó en ese poblado como vicario, lo  que le ayudó a prepararse para  párroco.

Estuvo en la iglesia del Carmen, en la  parroquia de Escobal, en Coclesito, en Italia, en Chagres, en Buena Vista y, hoy, es párraco en la catedral de Colón.

Enseña a los feligreses que la vida pastoral no es hacer cosas, sino disfrutar de la vida, del camino de la fe, de la madurez. Para él, la cercanía es importante y aunque debe oficiar las eucaristías, confesar y todas las tareas administrativas como párroco, es importante atender a la gente.

Por eso, hace entrevistas a los niños de catequesis y sus padres, como una manera de acercarse a los fieles, para ver en el proceso si el niño aplica lo aprendido, pero también para saber si el padre está dispuesto a escuchar y enseñar a su hijo.

En ese caminar aparecen los abuelos, los enfermos, lo que le permite acercarse a la parte de misión. En ello lo acompañan los laicos, pieza clave en su andar.

 

Cura del alma

“La verdad es que uno ve a san Juan María Vianney y uno se siente desbordado, yo he puesto los jueves, todo el día, y los viernes en la tarde para confesar. La gente viene y aquí se te puede hacer una fila como si fuera el mercado. Es que necesitan ser escuchados”, dice con humildad.

 

Líder espiritual del Oeste

El padre Rafael Ochomogo se preparó, por años, para ser hoy el párroco y vicario episcopal de Panamá Oeste, si bien, llegar a ser párroco por primera vez solo le tomó tres años.

Pbro Ochomogo: 23 años de sacerdocio, 20 de párroco.

Salió del Seminario Mayor San José en 1999. Para agosto del 2000, recibió la ordenación diaconal en la parroquia de Torrijos Carter. En diciembre del mismo año, fue ordenado sacerdote.

En enero de 2001 fue nombrado en la parroquia Cristo Redentor de San Miguelito como vicario, lo que le ayudó a aprender el trabajo del párroco.

Pasó entonces a Chame y después a la parroquia del Carmen en Juan Díaz, en el 2003. Posteriormente, fue nombrado párroco en San Isidro, San Miguelito. Fue una sorpresa porque solo tenía tres años ejerciendo como sacerdote. Allí estuvo 11 años y medio.

“Fue lo que llaman el primer amor”, resalta. Es una parroquia pequeña en cuanto a estructura, pero amplia en cuanto a actividad. Sencilla, humilde, pero fue donde aprendió a trabajar en comunidad, en equipo y con los jóvenes.

El  trabajo que se hizo allí fue enfocado en la familia y la juventud. Después, fue trasladado a La Chorrera, en el 2015, como párroco.

Es una realidad diferente a San Miguelito, pero la misión es la misma. En San Miguelito, el estilo de vida en comunidades de base es más marcado, la visión se vislumbra más hacia afuera del templo, recalca.

En La Chorrera es más tradicional y sacramental, muy dentro del templo, porque hay más celebraciones. Allí hay tres polos: la vida eucarística (mucha cercanía y el amor a Jesús Eucaristía), la confesión, a la que llegan muchos fieles y es una de las pastorales en la que el párroco debe invertir mucho tiempo, y la visita a los enfermos.

 

Apoyo de los laicos

Su vocación sacerdotal nace como laico en Veracruz, su parroquia de origen. Allí lo inscribió su abuela materna para catequesis de primera comunión y confirmación, donde luego fue catequista.

“Nunca he tenido problemas en darle protagonismo a la labor del laicado, porque el líder es el que sabe delegar”, manifiesta.

Él se maneja con el EPAP (Equipo de Animación Pastoral Parroquial) del Consejo Pastoral. Con él hace las evaluaciones de la parroquia y le ayuda a tomar decisiones. El Consejo Económico también es clave en el apoyo a la administración, porque no le gusta tocar dinero.

 

 Confesión

La sanación está en el sacramento de la reconciliación porque perdonar pecados es sanar. “Para mí, la primera experiencia de la reconciliación es la sanación espiritual”, señala el padre Ochomogo.

 

 

 

La familia del padre Carlos lo apoya y acompaña, aún en la distancia.

 

Cuando hay un hijo sacerdote, Jesús se queda en casa

La  madre del padre Rodríguez, Plácida Vargas, explica que mientras los hermanos del sacerdote, que hoy son laicos comprometidos, pedían permiso para  jugar, él lo hacía para ir a la Iglesia, siempre participando en actividades con los padres.

Pero su familia también juega un papel importante como soporte de su vida y de su labor. “Hemos ido aprendiendo, como familia, que somos servidores, no protagonistas. Siempre lo apoyamos, trabajando con él en los proyectos de Dios”, informa su madre.

Su hermano, Juan Rodríguez, mecánico de profesión y catequista al igual que su esposa Nelkys de Rodríguez, da gracias a Dios por la familia unida a la que pertenece y que ayuda a su hermano en su tarea pastoral.

Eso sí, su madre asegura que cuando el padre Carlos los visita, es un hijo más: “Si hay que barrer, barre; si hay que cocinar, cocina”. El sacerdote lo confirmó con una frase jocosa: “y si tengo que botar vasijas viejas, las boto”.

Para Nelkys, tener un sacerdote en la familia es una bendición. “Cuando veo a mi cuñado revestido, es el sacerdote; si hay que discernir y orientar, es el guía espiritual. Su comunidad es lo primero, es la que lo acoge, pero detrás está su familia que lo apoya”, señala.

“Él lleva en la sangre la misión de servir y el Espíritu Santo nos mueve también a servir al prójimo, añade.

Su hermana Querube está clara en que el padre Carlos se debe a su congregación, pero no deja de ser hermano, hijo, tío, cuñado. Si su vocación es servir, su familia tiene que apoyarlo. “Lo hacemos porque lo amamos”, resalta.

Por su parte, Plácida está convencida de que sus nietos tienen que tener un comportamiento acorde con la figura del sacerdote que hay en la familia, y son guiados en esa dirección: una nieta es de la Pastoral Juvenil y dos nietos son monaguillos.

El hermano mayor, que trabaja en un hospital, sirve a los enfermos orando con ellos y por ellos, en tanto, su yerno es ministro de la comunión.

“Cuando una familia entrega a un hijo como sacerdote, Jesús se queda en casa”, argumenta Plácida.

Al respecto, el padre expresa emocionado: “Yo le doy gracias a Dios por mi familia. Yo me siento muy cuidado y bendecido”.

Mientras, los padres del párroco Ochomogo ya están mayores. Su familia no era ni muy devota ni comprometida con la Iglesia, era como la mayoría: creyente e iba a misa, pero le enseñaron valores y a creer en Dios.