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Dar a la confesión la importancia que merece

Dar a la confesión la importancia que merece

El  sacramento  de  la  penitencia o  confesión permite  a  Dios  derramar  su  misericordia  en  el  corazón arrepentido. Se trata de la medicina más completa para todo ser humano, que ha sido herido por la desgracia del pecado.

P. Fernando Pascual

Puede ocurrir que en corazones católicos haya más preocupación por el fútbol, por la marcha de la bolsa, por los accidentes de tráfico, por las obras que crean desorden en la propia ciudad, por la muerte de un famoso actor de cine, y por muchos otros temas… que por la confesión.

Cine, fútbol, economía, tráfico, obras públicas son argumentos que tocan nuestra vida, que interesan a unos más y a otros menos, que incluso exigen una reflexión seria a la luz de los auténticos principios éticos.

Pero para el cristiano un tema central, decisivo, del cual depende la vida eterna de miles y miles de personas, es el de la confesión. Porque  el  sacramento  de  la  penitencia,  o  confesión,  es  un  encuentro  que  permite  a  Dios  derramar  su  misericordia  en  el  corazón arrepentido. Se trata, por lo tanto, de la medicina más profunda, más completa, más necesaria para todo ser humano que ha sido herido por la desgracia del pecado.

Por  eso,  precisamente  por  eso,  la  confesión  debe  ocupar  un  puesto  muy  importante  en  las  reflexiones  de  los  bautizados.  ¿Valoramos este sacramento? ¿Reconocemos que viene de Cristo? ¿Apreciamos la doctrina de la Iglesia católica sobre la confesión? ¿Conocemos sus “etapas”, los actos que corresponden al penitente, la labor que debe realizar el sacerdote confesor?

San Juan María Vianney sabía muy bien, después de miles y miles de confesiones, lo que ocurría en este magnífico sacramento, por lo que pudo decir: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”.

Uno  de  los  objetivos  del  Año  sacerdotal  (2009-2010),  convocado  por  el  Papa  Benedicto  XVI,  era  precisamente  promover  entre  los sacerdotes  un  mayor  aprecio  por  este  sacramento,  para  que  dedicasen  más  tiempo  al  mismo,  y  acogiesen  a  los  penitentes  con competencia  y  entusiasmo,  desde  la  identificación  con  el  mismo  Corazón  de  Cristo  que  busca  cada  una  de  sus  ovejas,  que  desea celebrar una gran fiesta por la conversión de cada pecador (cf. Jn 10; Lc 15).

La  crisis  que  ha  llevado  en  muchos  lugares  al  abandono  de  este  importante  sacramento  ha  de  ser  superada,  lo  cual  exige  que  los sacerdotes “se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se  acomode  a  la  mentalidad  de  este  mundo  (cf.  Rm  12,2), sino  que  también  sepa  tomar  decisiones  contracorriente, evitando acomodamientos o componendas”, (Benedicto XVI, 11 de marzo de 2010).

En este día, miles de personas se presentarán ante el tribunal de Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse al encuentro con un Dios que es Amor que hacerlo a través de una buena confesión? 

También en este día, miles de personas sucumbirán al mal; dejarán que la avaricia, la soberbia, la pereza, les ciegue; actuarán desde odios o envidias muy profundas; acogerán las caricias engañosas de las pasiones de la carne o de la gula desenfrenada.

¿Qué mejor remedio para borrar el pecado en la propia vida y para reemprender la lucha cristiana hacia el bien que una confesión sincera, concreta, valiente y llena de esperanza en la misericordia divina?

Si los católicos damos, de verdad, a nuestra fe el lugar que merece en la propia vida, dejaremos de lado gustos, pasatiempos o incluso algunas ocupaciones sanas y buenas, para encontrar ese momento irrenunciable que nos lleva al encuentro con Alguien que nos espera y nos ama.

Dios  perdona,  si  se  lo  pedimos  con  la  humildad  de  un  pecador  arrepentido  (cf.  Lc  18,13).  En  la  sencillez  de  una  cita  envuelta  por  el

misterio  de  la  gracia,  un  sacerdote  dirá  entonces  palabras  que  tienen  el  poder  que  sólo  Dios  le  ha  dado:  tus  pecados  quedan perdonados, vete en paz.